Zeus pateó el avispero. No era la primera vez que lo hacía. Acostumbrado a moverlo sin consecuencias, esta vez el resultado llegó con miles de ciudadanos en las calles de la Ciudad de México.
Llegaron de todos los rincones de la capital. También de Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Querétaro… Estaban eufóricos: “No somos acarreados, somos mexicanos”, “A eso vine, a defender al INE”, “Vivir sin democracia no nos causa gracia”.
La sacudida al avispero fue tal que este domingo se realizó la marcha de oposición más grande en lo que va del sexenio.
El que no estaba era Zeus, que acostumbrado a patear el avispero y esconder el pie, dejó su Olimpo para irse a La Chingada, su casa chica, a celebrar el cumpleaños 69. Prefirió las sandalias y los pantalones cortos al amparo del aire limpio de la selva, que soportar gritos y presuntas contingencias ambientales.
Así descansa este domingo el Zeus del Ejército. El Zeus que los correos hackeados por “Guacamaya” revelan que así llaman los militares al presidente Andrés Manuel López Obrador.
Mientras Zeus se rodeó de árboles allá en La Chingada, en Paseo de la Reforma, la mayoría de los miles de ciudadanos vestidos de rosa y blanco se rodearon de sus familiares, amigos, compañeros de trabajo o mascotas.
El que estuvo sólo fue Miguel Hidalgo. Arriba del Monumento a Cuauhtémoc se mantuvo de pie sosteniendo su estandarte y unas cadenas de plástico sobre sus muñecas.
Este Miguel Hidalgo de 65 años dice llamarse… Miguel Hidalgo y Costilla. Está convencido que el INE no se toca y de que es el garante de la democracia en México.
Decenas pasaron e Hidalgo siguió ahí, capoteando a tirios y troyanos. En el mismo Monumento a Cuauhtémoc, a escasos dos metros de Hidalgo… un hombre con un altavoz no dejaba de gritar consignas contra el INE.
Imposible hablar con él para saber sus razones, de dónde viene y qué otras cosas quiere decir. Los designios de Zeus y de sus feligreses son inescrutables.
Más allá, contingentes minúsculos del PRD con chalecos y tenis amarillos. Y más allá, la explanada del Monumento a la Revolución llena cuando aún había gente en el Ángel de la Independencia.
En el Monumento a la Revolución, José Woldenberg habló 14 minutos frente a la explanada llena y a las calles de acceso abarrotadas. Tres aplausos intermedios, tres interrupciones en el discurso del expresidente del Instituto Federal Electoral.
“Nuestro futuro no puede ser resultado de la seducción por un pasado que en buena hora fue desterrado”, dijo desde el estrado.
“México no puede volver a una institución electoral alineada con el gobierno… México no merece una reforma constitucional en materia electoral impulsada por una sola voluntad, por más relevante que sea”. Fueron los guiños de Woldenberg para hablar de Zeus sin mencionarlo.
Después de su discurso, el exconsejero se quitó la gorra negra con las siglas INE. Despeinado y acalorado, observó a la multitud. Difícil creer que fueron 20 mil personas las reunidas en el Paseo de la Reforma y en el Monumento a la Revolución. Si el secretario de gobierno Martí Batres dejara el aire acondicionado de su cuarto de control habría visto una realidad distinta.
Con la marcha y el discurso de Woldenberg finalizado, Daniela Chávez emprendió el regreso a su casa en Azcapotzalco. Nunca se había manifestado, nunca había marchado, nunca había estado con su familia en un acto público de este tipo. Su hermana Dulce y su mamá María Jiménez la acompañaron. Y dice que así como ella, otros del trabajo llegaron, cada quien por su lado, al Monumento a la Revolución. Se dieron cuenta de que coincidieron, porque empezaron a compartir fotos en el chat de la empresa.
Gracias a que Zeus pateó el avispero, Daniela está aquí. Uno nunca sabe para quién trabaja.