Las calles del Centro Histórico de la CDMX tienen mil historias que contar, leyendas que han pasado de boca en boca durante años, décadas y hasta siglos. Por esto, aprovechando que se acerca el 2 de noviembre, Día de Muertos, queremos contarte algunas de estas historias que te helarán los huesos cada vez que camines por esta parte de la ciudad.
Calle de la Cruz Verde
Comencemos esta serie de leyendas del Centro Histórico de la CDMX con una historia de amor.
Antes, un poquito de contexto: en los primeros años de la ciudad, la gente acostumbraba colocar una cruz o la imagen de un santo cuando terminaban de construir sus casas, ya fuera de piedra, cantería o mármol, si eran un poquito más pudientes.
Era el 17 de septiembre de 1556 cuando entró a la ciudad Gastón de Peralta, el nuevo Virrey de la Nueva España, acompañado de un cortejo en el que se encontraba un joven, quien, según el libro Historia y leyendas de las calles de México, era “admirado por las muchas damas que presenciaban el solemne desfile”.
Se trataba de Álvaro Villadiego y Manrique, quien recorriendo las calles de la ciudad, se encontró con una “preciosa doncella”: era ni más ni menos que María de Aldarafuente y Segura, que había quedado encantada del joven español. Como sus padres la tenían casi todo el tiempo encerrada, les fue difícil echarse un café, conocerse; recordemos que no era como ahora, que solo tienes que reaccionar a sus memes para comenzar a platicar.
Fue hasta que enfermó la madre de la joven, que pudo hacerle llegar una carta haciéndole ver sus sentimientos. ¡No solo eso! Le dijo que quería casarse con ella, pero al saber que no podía contestar por escrito, le pidió que si le era posible, lo hiciera pintando una cruz verde afuera de su casa, del lado del balcón, donde la había visto por primera vez.
Para no hacerles el cuento largo, un sacerdote les ayudó a que los padres de la joven aceptaran la relación para que se diera el bodorrio, aunque no sabemos si en ese entonces ya daban molito con arroz. Por esta cursi historia, porque no todas las leyendas son de miedo, fue que se construyó supuestamente la cruz que aún se puede ver en la esquina de las calles Regina y Correo Mayor del Centro Histórico de la capital.
La Calle de la Quemada
Y bueno, del amor pasamos a la locura, con esta historia que tal vez es un poco más conocida en la CDMX.
Era más o menos 1550 en la capital de la entonces Nueva España, cuando llegó un rico español llamado Gonzalo de Espinosa Guevara, acompañado de su hija Beatriz, de una “extraordinaria hermosura”. Ambos vivían en lo que ahora es la calle de Jesús María.
Se dice que la joven, de más o menos 20 años de edad, ayudaba siempre a los más necesitados desde que se encontraba en España y que fue algo que siguió haciendo cuando estaba en México.
Sin embargo, fue aquí que también comenzó a ser admirada por varios hombres y que incluso pidieron su mano, pero ella siempre prefirió a un joven italiano llamado Martín de Scúpoli.
A pesar de que el amor que ella sentía por él era puro y “fuera de lo vulgar”, el amor que le tenía Martín era “algo” diferente, pues se encontraba más enamorado de su belleza.
Fue así que, envuelta en la locura y el deseo de que su hermosura dejara de intervenir en el cariño que le daba el italiano, Beatriz decidió quemarse todo el rostro.
Por los gritos y lamentos que dio, Fray Marcos de Jesús la escuchó y cuando entró en su habitación encontró una horrible escena: estaba recostada en un amplio sillón, vestida de blanco, cubierta la cara con una obscura toca, “y de los antiguos ojos de la doncella, que habían sido verdaderamente seductores, solo quedaba una expresión vaga, apareciendo como dormidos”.
A pesar de su extrema decisión, el italiano se conmovió por su acción y decidió casarse con ella. Por esta historia es que se conoció como la calle de la Quemada.
Calle de la Machincuepa
¡Achis, achis, los mariachis! Leyeron bien, también hay una leyenda sobre la calle de la Machincuepa, la cual ahora es la calle de La Soledad, a unas cuadras del Zócalo. Sí, el nombre con el que se le conocía surgió porque en ésta se dio uno de los hechos más extraños y graciosos de la Nueva España.
En 1714 llegó a la capital un viejo español millonario conocido como Mendo de Quiroga y Suárez; él estaba enfermo de “gota”, lo cual provocaba que estuviera siempre de muy mal humor.
Fue justo por estos años que, tras la muerte de uno de sus hermanos, llegó su sobrina Paz de Quiroga para que se encargara de ella.
Su relación obviamente no era la mejor; ella también tenía un carácter violento y odiaba al anciano, por lo que deseaba que muriera; cosa que él no ignoraba. Al poco tiempo se cumplió lo que tanto quería, pues perdió la vida y más alegría le dio cuando supo que era heredera universal de su familiar.
Pero cuál habrá sido su sorpresa cuando se enteró que para recibir todo, por “los tormentos” que le hizo pasar en vida, tenía que cumplir con la siguiente encomienda de su tío:
“Mi sobrina Paz saldrá de casa en coche descubierto; atravesará las calles de Plateros y San Francisco, y en el centro de la Plaza Mayor, sobre un tablado puesto al efecto, y habiéndolo anunciado previamente, y ante todos cuantos espectadores se reúnan en pleno mediodía, dará una machincuepa”.
Y como si no lo hacía, todo el dinero y propiedades irían a ordenes religiosas, la mujer se aguantó la vergüenza y salió a cumplir lo que su tan odiado tío le había exigido, llevándose las carcajadas de los chismosos de aquellos años.
La Calle del Indio Triste
Ahora vamos con una leyenda un poco triste de las calles del Centro Histórico de la CDMX, la cual se dio justo después de la conquista de Tenochtitlán. Sí, según dos versiones diferentes, la calle del Indio Triste se encontraba entre República de Guatemala y Del Carmen, o entre Correo Mayor y Del Carmen.
La primera historia cuenta simplemente que sobre los escombros de lo que era el Templo Mayor, se sentaba un indio a llorar y a lamentar en silencio la conquista de los españoles. Sin embargo, la otra versión, la del llamado conde de la Cortina, da más detalles sobre lo que pudo ocurrir con este hombre.
De acuerdo con el libro Historia y leyendas de las calles de México, en la esquina de la calle Del Carmen y Guatemala vivía un indio reservado que tenía una buena casa, con imágenes de sus dioses y también de los religiosos españoles para no quedar mal con los conquistadores. Incluso, la ropa y accesorios que utilizaba eran de buena calidad y poseía propiedades afuera de la ciudad.
Lo que pocos sabían, es que había logrado quedarse con todas esta cosas porque quedó con los españoles de avisar si se daba una revuelta por parte de los indígenas. Solo que por entrarle bien a la bebida y al desenfreno, se le pasó advertir sobre una revuelta, por lo que le quitaron todas sus propiedades como castigo.
A partir de este momento es que comenzó a sentarse frente a la que era su casa para pedir limosna, pues no tenía nada que comer.
Después, tras la muerte del hombre, el Virrey mandó a poner una piedra con su figura como advertencia para otros indígenas, aunque algunos historiadores señalan que toda esta historia solo se creó a partir de dicha escultura, la cual estaba originalmente en una de las esquinas del templo de Huitzilopochtli.
El Callejón del Muerto
Por ahí de 1600, un rico comerciante llamado Tristán de Alzucer llegó a vivir junto a su hijo a la calle que ahora es conocida como la de República Dominicana.
Al poco tiempo, su primogénito tuvo que hacer algunos negocios a la costa, donde enfermó gravemente hasta casi morir, por lo que su padre prometió a la Virgen de Guadalupe que si se curaba, iría a pie hasta su templo para darle las gracias.
Total, su hijo se puso sano, pero como no escribió ni un papelito como recordatorio, se le olvidó su promesa. Aunque el martirio de no hacerlo comenzó pronto a acecharlo, por lo que acudió a su amigo el arzobispo para contarle todo. Él le dijo que no se preocupara y lo dispensó.
Pero, ¡oh, sorpresa!, después de ir a misa un 12 de mayo de ese año, en la calle encontró a quien parecía el arzobispo, quien le dijo con “voz cavernosa” que tenía que cumplir con la promesa o dios no lo perdonaría. Chico sustote se llevó el comerciante cuando descubrió que más que parecerse a su amigo, se parecía a un cadáver lo que estaba frente a él.
Como le ganó la curiosidad, fue hasta la casa del religioso para solo darse cuenta que sus sospechas eran ciertas: el arzobispo había muerto.
La historia, como cualquier chisme, corrió por todo el barrio y comenzó a circular también el rumor de que, en punto de las 12 de la noche, aparecía el muerto envuelto en un sudario blanco y con una vela amarilla entre las manos.
Es así que terminamos con cinco leyendas que quizá no conocías de las calles del Centro Histórico de la CDMX, que aunque no todas provocan miedo, nos recuerdan las historias y mitos que existen en nuestra querida ciudad.